Todo lo que ocurrió las semanas anteriores en torno al nuevo virus de Influenza Porcina fue confuso: nadie sabía si en realidad éramos tan repugnantes para ser calificados como puercos con gripe.
Yo creo, sin lugar a dudas, que el manejo de la información fue una táctica del Estado para mantenernos controlados y así evitar la compra de más de cinco condones por semana.
Las recomendaciones que nos dieron fueron muy claras: no saludar de mano ni de beso; usar cubrebocas en espacios públicos; lavarse frecuentemente las manos; no acudir a espacios muy concurridos y no gritar ¡aleluya! delante de un alcohólico.
A pesar de lo anterior, hubo una recomendación que nunca se dio: cuando se agote el rollo de papel higiénico en el retrete que usted esté usando en un baño público, no solicite a su compañero de al lado una tira.
Todos sabemos que pasarle papel a un desconocido que está a nuestro lado mientras cagamos en un restaurante o prostíbulo es un acto que nos hermana y nos determina. Un momento que puede revelar nuestra verdadera humanidad y capacidad de amar a nuestro prójimo. Para pasar (o recibir) papel de baño público se necesita un corazón noble, dispuesto a hacer lo que sea por el hombre y su raza.
El Estado sabe eso. Sabe que si nos hubieran prohibido el pasedepapelenbañospúblicos hubiera tocado una llaga honda en nuestra alma y nos hubiéramos manifestado como nunca en la historia se ha visto. Eso demuestra que nos tienen miedo y que como pueblo podemos hacer muchísimo contra ellos.
¡Basta de gobiernos corruptos y de deshumanizarnos! ¡Viva el pase de papel y el SIDA y el crack y los condones de sabores!